Don’t cry for me Argentina

Juan Vila, presidente de GasINDUSTRIAL

Reflexiones de un industrial español a la búsqueda de mayor competitividad

 

Mis pasadas vacaciones estuve en Argentina, octavo país del mundo en extensión y uno de los más ricos en recursos naturales, materias primas, gas, petróleo y con una agricultura envidiable. Tienen montañas de personas formadas en excelentes universidades; se puede hablar de arte, historia o política con cualquiera y en cualquier sitio. Son 41 millones de personas y una espectacular variedad de ríos, climas y geografía. Vamos, todo un lujo de país. Y sin embargo, no pueden ni extraer suficiente petróleo por falta de inversiones debido a la nula confianza en su seguridad jurídica de las grandes petroleras que en otras circunstancias y países se pelearían por hacerlo.


Su carencia de infraestructuras hace que el gas tampoco les llegue y tengan que comprar el 15% de sus necesidades a Bolivia y el 17% al exterior como LNG. La agricultura les debería ir muy bien pero tampoco funciona porque está atenazada por los impuestos a la exportación. En fin, pocos países matan tan certeramente a la gallina de los huevos de oro.


En el ranking IMD de competitividad, Argentina ocupa la posición 56 de 61 países. Solo Grecia, Ucrania, Jordania y Venezuela están por detrás. Canadá, con clima y geografía menos afortunada y con una inmigración y recursos relativamente similares a Argentina, está en quinto lugar. 


Los argentinos, en su afán por conseguir bienestar, siguen eligiendo generación tras generación a políticos que prometen un futuro “rosado”, en el que todas las necesidades están cubiertas, sin despidos ni empresas en quiebra, porque el gobierno se encarga de resucitar sino las empresas, sí los puestos de trabajo. Trabajo seguro o subsidio garantizado para vivir sin él.


El gobierno argentino, para llegar a ese nirvana, expropia las ganancias de las empresas; nacionaliza compañías extranjeras sobre la supuesta base de que obtienen excesivos beneficios; regala a las familias energía tan barata que la derrochan sin medida causando black outs; pone barreras a la importación para proteger las ineficiencias y de vez en cuando quiebra el país. 


Un gobierno puede cambiar las expectativas de derechos y la voluntad de obligaciones de sus ciudadanos -que son los que crean la riqueza o pobreza del país-, dando las señales legislativas y financieras correctas.


Volviendo a España, aquí la mayoría o muchos de los problemas argentinos están resueltos solo por pertenecer a Europa. Hay un mercado que funciona, unas fronteras abiertas, los precios se deciden en competencia y el gobierno deja abrir y cerrar empresas. Digamos que mejor o peor, pero funciona.


Sin embargo, en el ranking IMD España está en el puesto 37, por detrás de Polonia, Reino Unido, Francia, Austria o Bélgica. Y Alemania, nuestro referente, es décimo. La crisis debería haber servido para reposicionarnos y ser más competitivos. En algún caso se ha hecho así, por ejemplo en el turismo donde hemos batido récord gracias a la competitividad de la oferta, de  las infraestructuras hoteleras, el transporte aéreo, el comercio y los buenos recursos naturales y culturales.


Pero en España hay un alumno que sigue suspendiendo: la industria, que representaba el 15,5% del PIB en 2006 y que tras la crisis hoy es el 13,2%. Como comparación, en Alemania la industria manufacturera representaba el 23% de su PIB cuando empezó la crisis y hoy se mantiene en el 22,3%, prácticamente igual. 


La UE prioriza la industria como base económica para mantener y aumentar el grado de bienestar de los países y pone el objetivo para 2020 de que ésta suponga el 20% del PIB. La prioridad se basa en que los salarios industriales son más altos que los del comercio o servicios, en que cada empleo industrial genera uno o dos en otros campos, en que el 80 % de las innovaciones provienen de la industria y en que el 80% de las exportaciones son de productos industriales.


En los mercados internacionales la competencia es absolutamente feroz y los pedidos se pierden y se ganan por una diferencia de precio del 1%. Cualquier tema que incida sobre la competitividad debe ser estudiado y resuelto. 


El Ministerio de Industria publicó en 2014 las claves para mejorar la competitividad y el peso de la industria en el PIB. Enumero el decálogo: estimular la demanda de bienes industriales; mejorar la competitividad de los factores productivos clave; asegurar un suministro energético estable, competitivo y sostenible; reforzar la estabilidad y uniformidad del marco regulatorio; incrementar la eficiencia y orientación al mercado y  a los retos de la sociedad de la I+D+i; apoyar el crecimiento y la profesionalización de las PYME; adaptar el modelo educativo a las necesidades de las empresas; aumentar el peso de la financiación no convencional en las empresas; apoyar la internacionalización de las empresas industriales y orientar la capacidad de influencia de España a la defensa de sus intereses.


Antonio Tajani, Comisario de Industria de la UE, ya había formulado en 2012 que el crecimiento de la industria manufacturera pasaba por precios de la energía más bajos, eliminación de la burocracia en las gestiones, acceso al crédito y desarrollo de las habilidades de los empleados y empleables.


La pérdida de competitividad de nuestra industria es evidente y el camino que marca Tajani parece muy cercano a la realidad del terreno. Tajani va al grano. Así que recomiendo al Gobierno que baje al ruedo y escuche a los industriales que han quebrado, a los que han sobrevivido y a los que han avanzado en su competitividad.


En Argentina, el gobierno se hace cargo de las empresas fallidas, prohíbe despedir a los empleados y pone más impuestos y barreras a las importaciones de bienes o a la exportación de divisas. Para ellos el déficit es secundario y la competitividad es solo algo de lo que hablan en los países capitalistas.


Para el Gobierno de España, el control del déficit era capital. Cortaron por lo sano ante el  herido de muerte, actuando para mantener el cuerpo con vida y si algo iba mal ya lo arreglarían después. Pues ahora ha llegado ese momento de arreglar lo que se dañó, de preguntarse por la competitividad y de escuchar a los industriales.


Como industrial propongo algunas medidas para ser más competitivos y subir el peso de la industria en el PIB. 


Empiezo por el marco laboral, que avanzó bien en la crisis permitiendo pedir una bajada de salarios antes de cerrar una empresa, lo que ha evitado miles de desempleos y cientos de quiebras. Pero hay que continuar con la eficiencia y competitividad en este marco para lo que propongo, por un lado, sacar a los jueces de las desavenencias laborales y que sindicatos y empresarios aprendan a solucionar los problemas laborales hablando, y por otro, que las bajas laborales sean gestionadas por las mutuas -triplicamos en absentismo a Suecia-, y que las enfermedades que precisan cirugías sean gestionadas con celeridad, por el bien del empleado y de la empresa, porque las listas de espera son escandalosas.


En cuanto al transporte, necesitamos un mayor desarrollo ferroviario para hacer a la industria y al comercio, más competitivos. Y, como en otros países europeos, elevar las toneladas de carga de los camiones a 44, lo que reduciría los costes de transporte a la industria en un 16%.


Y llegamos a la gran asignatura pendiente: la energía. Para una industria intensiva en energía, los aludidos diez mandamientos de la reindustrialización del Ministerio se resumen en uno: dame energía más competitiva y ya nos espabilaremos. En esta legislatura se ha eliminado el déficit de tarifa a costa de los consumidores, sobre todo, industriales. El déficit estará resuelto pero el daño está ahí y seguirá. La cogeneración, herramienta clave de competitividad, se ha convertido en un boomerang financiero y, sin un adecuado desarrollo de la normativa, las plantas irán apagándose y el país perderá activos que garantizan eficiencia energética y menores emisiones. La cogeneración es parte esencial de la competitividad de la industria y así debe entenderse o perderemos posibilidades de aumentar el PIB industrial, de reducir emisiones de CO2 y de ganar eficiencia.


Sin duda en el terreno energético el punto crucial para la industria es el gas, casi madre de todas las energías, que sirve para producir calor, vapor, electricidad o simplemente como materia prima. El gas es un combustible uniforme, fiable y con un poder calorífico relativamente constante, por ello resulta clave para la industria. Su precio está formado por los peajes (regulados) y por la materia prima (liberalizado). Las inversiones en infraestructuras gasísticas -tubos y centrales de regasificación- se repercuten en el término fijo o peaje. La contratación está liberalizada pero es esencialmente bilateral (acuerdo comercializador y consumidor).

En empresas químicas, cerámicas, papeleras, alimentarias y muchas otras, el coste del gas supone entre el 10 y el 50% de sus costes variables, por eso la repercusión de un gas no competitivo con otras regiones centroeuropeas puede serles letal. En España el gas industrial es considerablemente más caro que en el centro de Europa. Para revertir esta situación que resta competitividad a nuestra industria y le impide crecer, se requieren peajes más justos y que el Hub de gas que se pondrá en marcha atienda los intereses de los consumidores industriales, para lo que se necesita liquidez y transparencia. El Hub holandés puede ser un modelo. Este mercado debe permitir que los consumidores consuman de varios contratos en el mismo punto de entrega, promover un mercado de futuros, además del mercado físico, que facilite la planificación de operaciones de cobertura. Y, por supuesto, desconectar su precio de la referencia al del petróleo. Por otro lado, es fundamental que se lleve a cabo lo antes posible la conexión de gas con Francia, que une a la península Ibérica con el resto de Europa. 


En conclusión, si queremos avanzar en competitividad y recuperar el terreno perdido hay que escuchar a los industriales. El FMI avisa de que el crecimiento experimentado viene en parte de los bajos precios del petróleo, de la depreciación del Euro y de la bajada de impuestos. Si estos efectos se disipan, volveremos a ralentizar el  crecimiento. Solo el renacimiento industrial puede hacer crecer el PIB en términos relativos y absolutos. 


Hay que crear las condiciones para que los industriales tengamos la suficiente confianza para invertir, lo que pasa por desarrollar más el marco laboral y por lograr una energía competitiva.  


Es importantísimo que el Hub del gas se desarrolle con transparencia y liquidez. Creo firmemente que un cambio de la política industrial del Gobierno puede impulsar la competitividad de las empresas y aumentar el PIB hasta ese soñado 20%.


Juan Vila – Presidente


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