Emilio Hidalgo, SIDENOR
En junio se conoció el Real Decreto por el que se prorrogan hasta 2020 las ayudas para la compensación por sobrecostes de los gases de efecto invernadero. Recordemos que el sector eléctrico no recibe asignaciones gratuitas de derechos, por lo que necesita acudir al mercado para comprar todo el CO2 necesario que cubran sus necesidades de generación. El resultado es que estos costes se repercuten en el precio de la electricidad. La Unión Europea, para evitar el riesgo de deslocalización de ciertos sectores, articuló el citado instrumento de ayudas a la industria.
En este sentido, España ha destinado una dotación de 6 millones de euros para 2016, que comparada con la de nuestros vecinos europeos, Alemania a la cabeza con 300 millones de euros, resulta claramente insuficiente.
Con este panorama, uno no puede evitar pensar que es urgente realizar un mayor esfuerzo en política energética enfocada a la industria. Sería injusto no reconocer que en los presupuestos 2017 aparece una dotación de 150 millones de euros -al final se recortarán hasta los 131-, destinados a la compensación de los costes de financiación de las energías renovables.
Sin embargo, seguimos sin tener noticias del gas natural. Bueno, no del todo, ya que sabemos que en los últimos siete años los precios que paga la industria en España frente al resto de países europeos, han pasado de la zona de mayor a la de menor competitividad.
Así las cosas, nuestras industrias siguen sufriendo unos costes energéticos que dejan su competitividad significativamente erosionada y nos colocan en inferioridad de condiciones frente a nuestros homólogos de otros países europeos.
Una obviedad ignorada: todos necesitamos a la industria
Sin duda, los ceros y unos están bien, pero no existirían sin los derivados del petróleo y sin unos cuantos –muchos- metales. Dicho de otra manera, aunque nos fascine Google, sin un dispositivo móvil con conexión, no habría nada que buscar. Y ya podemos imaginar lo que se necesita para fabricar nuestro teléfono.
Afortunadamente, tenemos la suerte de vivir en una de esas partes del mundo donde disfrutamos de un nivel de vida que nos permite consumir más allá de las necesidades básicas. Hay tantas cosas que forman parte de nuestro día a día que nos resulta casi imposible imaginar cómo nos las arreglaríamos sin coches, ordenadores, ropa o medicamentos. Los responsables de satisfacer estas necesidades, la industria de bienes de equipo, y la de uso y consumo, representan la cara más reconocible del sector. Sin embargo, hay un tercera que lo inicia todo. Para poner un coche en la carretera, en algún momento se han tenido que extraer y transformar multitud de recursos. De esto se encargan las industrias básicas como las químicas, petroquímicas, metalúrgicas, siderúrgicas, minería, etc.
Por si todo esto no fuese suficiente, permítanme que recuerde que cada empleo en la industria tiene un efecto multiplicador de entre 2 y 4 empleos en servicios. Eso es industria, generación de empleo y de riqueza.
Un país sin industria es un país que ha externalizado el mundo de lo tangible, aumentando su dependencia de terceros. En este contexto esperemos ser capaces de exportar algo más que turismo.
Por todo ello, nadie duda de que resulta imprescindible reindustrializar el país y en esta labor, sin duda, el primer paso es garantizar la industria que ya tenemos y no perderla a fuerza de no apreciarla. La industria básica necesita grandes inversiones, es un sector con enormes barreras de entrada por las elevadas necesidades de capital, por eso si desaparece, las posibilidades de que sea sustituida de nuevo son prácticamente nulas.
Un simple ejemplo: el sector de aceros especiales
El consumo de acero especial en Europa ronda los 9,5 millones de toneladas al año (Alemania y Francia suman el 70%). España produce unas 750.000t/año destinadas al sector automoción (60%), al de vehículos industriales (10%) y el eólico (8%).
La competencia está muy atomizada, la mayor cuota de mercado de un productor es de un 12%, lo que genera políticas muy agresivas en la fijación de precios que reducen los márgenes. Por otro lado, la mayoría de centros de fabricación se encuentran cerca de los dos grandes consumidores -Alemania y Francia-, y por tanto tienen menores costes de distribución que cuando se importa desde España.
Si además sumamos el aumento de los competidores de Europa del Este (bajos costes en mano de obra) y que el volumen de importaciones de productos aleados con origen en China, Rusia, Turquía, va en aumento –más en España que la media de Europa-, cada euro que bajemos nuestros costes de producción resultará crítico para mantener la actividad nacional.
Para rematar la situación, el gas natural y la energía eléctrica representan el tercer gasto más elevado de la cuenta de resultados. En comparación con nuestros principales competidores europeos, el diferencial del precio de la energía eléctrica para 2018 entre España y Francia es de 8€/MWh y frente Alemania de 12 €/MWh. Si hablamos del gas natural, para un gran consumidor (300 y 1000 GWh/año) el precio es un 16% superior a la media europea.
Un reto para no olvidar
En estos momentos el Gobierno se encuentra inmerso ante el enorme reto de elaborar la Ley de cambio climático y transición energética, para cumplir con los diferentes objetivos de la UE. Esperemos que en esta tarea la industria tenga la relevancia que se merece y que seamos capaces de articular un modelo del cambio que mejore la competitividad de nuestras empresas, porque eso marcará el futuro de la industria y del país.
Hace tiempo tuve un gran profesor que nos animó a vivir con aspiraciones amplias, expectativas moderadas y necesidades cortas. Es una pena que las necesidades, especialmente las materiales, estén por las nubes y que las expectativas anden muy por encima de nuestras capacidades. Quizá por ello el sector industrial sea tan importante y, sin embargo, esté tan poco apreciado.
Emilio Hidalgo Pérez, SIDENOR